Informe sobre documental...

...y globalización.

La globalización cada vez más valoriza la digitalización frente a la analogía y cada vez más tiende a desvalorizar el afecto cotidiano de los hombres hacia su lugar, a romper los lazos de pertenencia y a desvincularlo de la naturaleza que lo rodea a partir de un permanente empobrecimiento de las imágenes representativas y su reemplazo por imágenes artificiales generadas por las computadoras. En esa visión, el hombre no pertenece a un lugar concreto sino al mundo globalizado; un mundo tan vasto, confuso, lejano y sobre todo tan ajeno que lleva al hombre a extrañarse de su propio mundo y de sí mismo para ir a pertenecer a un gran universo que no lo reconoce más que como una serie de códigos sin carne y sin alma. Al mismo tiempo, trata de imponer una visión del hombre como esencialmente la de un consumidor (hombre que ya no pertenece al pueblo, sino que forma parte del público, es decir como un objeto de los procesos productivos y de la historia misma, y no como un productor, es decir como un protagonista. El valor del trabajo humano como trabajo productivo en relación con la naturaleza (sea un campo, una mina o el mar) está enmascarado, escondido o desvalorizado, ya que en ese mundo todo parece resolverse con la aplicación de microchips, módulos y memorias, como si la pala, el pico, las tenazas, la sierra o la red del pescador hubiesen mágicamente dejado de existir. Más desvalorizadas aún están las particularidades regionales, nacionales y locales que hacen de la diversidad de las formas productivas concretas del trabajo formas de cultura propia para cada lugar, sea este lugar un país, una paraje una ciudad o un caserío.
Seguramente algún aspecto de esta globalización puede ser beneficioso. Por ejemplo, el conocimiento de algún programa de planificación en la rotación de los cultivos realizado en el otro confín del mundo puede servirle a un productor de la provincia de La Pampa, pero eso no implica que él no tenga que arar su tierra subiendo su cuerpo al tractor, manejándolo con sus propias manos y alineando los surcos con su propio golpe de vista en función de un campo que nadie conoce mejor que él. De la misma manera, ningún fabricante de video digital de ningún lugar del mundo, con todos sus multimillonarios laboratorios y sus fabulosos programas, me puede enseñar cómo filtra la luz la atmósfera sobre Buenos Aires y menos aún cómo ese filtrado particular y único rebota contra las texturas y los colores de una arquitectura y un diseño urbano propios de esta ciudad y de ninguna otra.
Pero, además, ese mundo está poblado de palabras convertidas en discurso, con un idioma cada vez más rico en tecnologismos y más pobre en particularidades, expresividades y vivencias humanas cotidianas, reales, concretas, vitales y propias. Cada vez más apela a la saturación de palabras convertidas en códigos, trivializadas por su redundancia y frivolizada por los lugares comunes a que remiten y expresan. Y ni hablar del tiempo fracturado y acelerado artificialmente que se expresa en todo su esplendor en la cultura globalizada del clip, donde los tránsitos y los ciclos vitales se eliden en función de un salto instantáneo de un punto de interés a otro, generando una concepción y una imagen del hombre que tiende a convertirlo en un autómata robotizado.
Este proceso merece y necesita una respuesta, no a través de un discurso articulado alrededor de la palabra como vehículo de la idea sino a través de imágenes directas, cargadas de calidez y poesía; imágenes que lleguen a conmover y emocionar por su carácter de imágenes plenas preñadas de sentimientos y que se conviertan al mismo tiempo un espejo en el que el hombre pueda reconocerse e identificarse. Nuestra idea es que cada vez más en la gente y en nosotros hay una necesidad -la mayoría de las veces inconsciente- de tener la alternativa de una imagen donde vea su propia naturaleza, su propio mundo y se vea a sí misma; necesidad que con sólo un efectivo disparador puede desplegarse en toda su potencialidad. Así, las imágenes de un mundo que se sienta como propio y el propio trabajo humano en contacto con la naturaleza -permanentemente escamoteados en la visión de ese otro mundo globalizado- son sin dudas el mejor punto de partida para crear una conciencia de pertenencia, al tiempo que de protagonismo y una alternativa en la producción de imágenes transformadas en documentales concretos.