El nuevo cine argentino...

...está en otra parte.

Cada tanto aparece la muletilla de un nuevo cine argentino en los grandes medios. Y últimamente ha vuelto a desplegarse. Pero frente al nuevo viejo cine de ficción adocenado y complaciente con ropaje de novedoso y comprometido exhibido en los cines comerciales, disfrazado de cine social, como el de Stagnaro o Trapero, hay otro cine registrado en video y exhibido en las provincias, en los barrios, en las empresas recuperadas, en los emprendimientos productivos y en los movimientos de trabajadores desocupados.
Es que el cine de ficción social es hoy el cine que el sistema de dominación colonial y de sus funcionarios locales promociona y apoya como una manera de ocultar las llagas de miseria que él mismo provoca en nuestra sociedad.
Ese cine trata, por ejemplo, de transformar en héroes a un par de despreciables sujetos de ideología menemista y entre reinas y estafadores nos vende basura envuelta en papel de regalo. Y encima se presenta como un ejemplo de éxito, como si ser el mejor manipulador fuese un objetivo válido de vida.
Es un cine que en el mejor de los casos ha recurrido a temas que supuestamente describen a los sectores marginados. Sin embargo, lo único que ha hecho ha sido confundir a los marginados con los marginales. Estrategia muy inteligente a la hora de separar a la clase media de los trabajadores ocupados y desocupados que luchan y se movilizan; pero nosotros sabemos que los trabajadores no utilizan la pobreza como coartada para robar y matar y no se transforman en represores de la bonaerense para salvar su pellejo miserable.
Frente a toda esta canallesca confusión, una nueva generación de jóvenes realizadores de verdad independientes nos propone otra cosa.
Un cine que no aspira a la marquesina individual o la nota complaciente en la página de espectáculos. Nos propone un cine documental hecho de carne y de sueños.
Hay hoy una enorme y nueva camada de jóvenes documentalistas. Sus miembros, lejos de la frivolidad que rodea al INCAA, tampoco se han convertido en servidores de los aparatos políticos haciendo una bochornosa “contra imagen” y no se han transformado tampoco en provocadores gratuitos al servicio de cualquier servicio.
Ellos no están en el centro de la escena y el gran diario argentino no les dedica una tapa del suplemento de espectáculos como a los usurpadores del falso cine piquetero.
Ellos producen en la periferia y sólo aparecen promocionados en los pequeños periódicos locales, en boletines de trabajadores desocupados, en cuadernillos de micro emprendimientos o cooperativas de base. En todas las provincias, en sus capitales y en las ciudades más importantes, y aún en muchos de sus pueblos, así como en los barrios del gran Buenos Aires, hay grupos de realizadores jóvenes que se expresan mediante la imagen documental, y resisten junto a su gente, honestamente, simplemente, sin alaridos y sin proclamas.
A ellos nos referimos. Ellos son el nuevo cine argentino, mal que les pese a los mercenarios, a los comerciantes y a los burócratas sindicales y políticos.